Alestra

Los avances en la tecnología que nos trae el internet todos los días han sido monumentales. En menos de 20 años, hemos evolucionado nuestra interconectividad celular desde la primera generación (1G) donde nuestros móviles tenían solamente la capacidad de hacer llamadas, pasando por la segunda (2G) con los SMS, la tercera (3G) que vio la primera incorporación del internet, hasta llegar a la actual (4G LTE) que permite la reproducción de videos en tiempo real (streaming), avance que hoy es tomado por cotidiano pero que hace menos de dos décadas estaba fuera de lo posible.

La llegada de las redes WiFi a espacios públicos como cafés, aeropuertos o restaurantes marcó un antes y después en el uso de internet inalámbrico. Nos ha permitido, desde entonces, aprovechar el servicio gratuito para trabajar o navegar redes sociales desde cualquier dispositivo, en ocasiones teniendo que pedir contraseñas al establecimiento y en múltiples casos siendo redes completamente abiertas.

Los meses de distanciamiento social fueron definidos, en un inicio, como una medida temporal que terminaría pronto regresándonos a la antigua normalidad. Los semáforos de contagio bajaron, se relajaron las medidas de cuarentena, y vimos como los contagios volvían al alza y limitando de nuevo el contacto social.

La mejor prueba del potencial impacto que el internet puede tener en nuestras vidas es una búsqueda rápida de nuestro propio nombre en Google. En una fracción de segundo, este y cualquier otro buscador arrojan un corte del contenido en la red que puede definirse como la huella que dejamos en internet.

Las páginas web, el e-commerce y en general la presencia virtual son necesidades prioritarias para todo tipo de compañías. El paradigma de venta y marketing en línea crece cada vez más, lo que lleva incluso a las compañías más distanciadas de la red a establecer una presencia virtual permanente que les permita continuar con sus actividades.